
Una ciudad de cine
Luces, cámaras, ¡acción! San Sebastián no necesita presentaciones. Una ciudad idílica, con unos paisajes que quitan el hipo a cualquiera y con una gastronomía espectacular. Texto e imágenes por Belén Sancho.
El día no empezaba bien, nada bien. Lloviendo a mares y dos autobuses que me tenían que trasladar a Zaragoza se estropearon a mitad de camino. Llegué justa a la estación con el temor de perder el Alvia. Todavía con la lengua fuera, conseguí embarcar con un tormentón que parecía que iba a partir el cielo en dos.
A pesar de comenzar el día más torcido que nunca, conseguí llegar sana y salva a San Sebastián. Allí el tiempo era distinto al que había dejado atrás. Un sol imponente y una agradable temperatura me daban la bienvenida a la que esperaba que fuera una buena semana.
A diferencia de otros viajes donde me he desplazado en coche, esta vez iba sin medio de transporte propio, por lo que si quería recorrer más lugares debía ser con transporte público o alquilar un coche. Pero no me importaba. Al ser la primera visita, tampoco me corría prisa conocer absolutamente todo y quería hacerlo de forma pausada, como quien disfruta un buen plato.
Contrastes de azul
Si algo me enamoro de San Sebastián nada más verla fue el contraste de colores. Donde mejor se puede contemplar es desde las alturas y para ello subí hasta lo alto del Monte Igueldo a través de un funicular. Las vistas son una auténtica gozada y si os gusta la fotografía tanto como a mí, disparar unas cuantas desde allí es un gustazo.
Claro que las vistas a ras de suelo tampoco desmerecen. Ir a San Sebastián y no visitar sus famosos ‘Peines’ debe estar recogido en el Código Penal. Estoy casi segura. Si a la preciosidad del entorno en sí, le sumamos un soleado día y sin apenas nubes, la visita se disfruta mucho más.
La Catedral del Buen Pastor de San Sebastián es otro de los sitios que me dejó fascinada. No soy muy de iglesias, pero el juego de luces que presenta esta catedral a través de sus vidrieras es mágico y todo un espectáculo para el ojo humano.
Aunque uno de los sitios que más me sorprendió fue el Palacio de Miramar. Sin desmerecer la construcción, se encuentra situado en un entorno privilegiado, rodeado de flores y con unas vistas espectaculares al mar. Pasear por allí resulta todo un placer para los sentidos.
El amor está en las calles de San Sebastián
A pesar de que soy muy de mapas, cuando te adentras entre las calles más antiguas de San Sebastián, lo mejor que puedes hacer es guardarlo en la mochila y dejarte perder y sorprender a partes iguales. Disfrutar de los pequeños matices que ofrecen, tanto a nivel arquitectónico como artístico.
A nivel gastronómico, San Sebastián es una de las ciudades donde mejor cuidar el paladar. Los pinchos, ¡ay!, los famosos pinchos… No hay persona que se resista a entrar en un bar detrás de otro y probar unos cuantos. Y mira que en Zaragoza no tenemos nada que envidiar con nuestro famoso tapeo por El Tubo, pero he reconocer que disfruté como una niña pequeña recorriendo cada bar. Y si eres más de plato, pues también vas a disfrutar e incluso saldrás con algún botón desabrochado.
Con algún kilo de más y con la cámara llena de fotos, tocó coger el tren de vuelta, no sin antes prometerme a mí misma volver más pronto que tarde a Euskadi. Me quedan muchas ciudades y pueblos que recorrer y estoy deseando conocerlos uno a uno, sobre todo, si me tratan tan bien como los días que pasé en San Sebastián.
Si ya lo decía Dani Rovira en “Ocho apellidos vascos”, Euskadi tiene un color especial… ¡Y vaya que si lo tiene!
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